Habitante liminal, pionera por el comunismo, candelita de basurero, war heroin, sirena del páramo, los personajes de Laura Sofía Thorrez parecen salidos de un cuento de Clarice Lispector. Si Clarice Lispector hubiese soñado con tener un Tamagotchi.
En estas obras predomina un sentido de extrañeza, reflejando un estado intermedio o de transitoriedad, similar a un rito de paso. Este acto acontece en espacios liminales, aulas, baños de escuelas primarias, lugares de tránsito donde se experimenta lo permanente y lo efímero, la transformación y el movimiento, lo conocido y lo desconocido. En la pieza Me resbalé y no lloré, Laura Sofía reconstruye el dolor infantil o la vergüenza como una tela de araña cubierta por el rocío matutino, en forma de incipientes perlas de agua. De igual manera, explora la permanencia de la memoria en escenarios vacíos, creando una pintura que indaga sobre sí misma, desde la performatividad del recuerdo.
Cada cuadro de la serie representa un obstáculo, cierta provocación, descifrar el password para entrar a su interfaz de usuario de Windows Vista. Laura Sofía Thorrez superpone varias capas de agua con distintas densidades, testeando la permeabilidad de los objetos. Reconfigura una teleología insular que dialoga con distintos referentes del arte cubano como Jorge Arche, Guillermo Collazo o Lázaro Saavedra, pero también se nutre de la retrocomputación, de la estética Aero Frutiger de mediados de los 2000s, pero en clave Tropical Island/Batalla de Ideas.
La pintura de Laura Sofía es provocadora e inquietante. Siempre me deja con ganas de lamer objetos minuciosamente pulidos.